>Definitivamente las ideas fundamentales que norman la conducta del hombre, llámese principios, se dejan al margen por parte de la clase política nayarita cuando se trata de alcanzar la candidatura a algún cargo de elección popular, y enseguida el poder a través del voto popular.
Se terminó aquella categoría de políticos de partidos de izquierda, centro y derecha que no solamente mantenían como pilar fundamental su militancia fiel a un solo partido, y eran capaces de defender hasta con la vida sus posiciones ideológicas en cualesquiera tribunas. Con base a la evolución de la humanidad, hombres labrados de esa cantera ya no existirán.
Hoy es usual que el político cambie de partido como cambiar de calzones, hay quienes en Nayarit han recorrido hasta cuatro partidos, obviamente con diferente ideología, lo que quiere decir que mandan al diablo la doctrina para pragmáticamente satisfacer ambiciones personales. Las banderas del bien común, del bienestar social de la colectividad, de mejorar las condiciones de vida y económicas de los nayaritas, entre otras, son falsas. Y lo hacen con tal inverecundia que en verdad da miedo, o más bien coraje.
Los integrantes de nuestra clase política son demagogos, inmorales, incultos, sin ética, vengativos, gandallas, centaveros, convenencieros, gorrones, altaneros, soberbios, hueros, ineptos, malhablados, groseros, intolerantes, drogadictos, etcétera, y muchas etcéteras más. Y no son tan sólo el 90 %, como dice mi pariente Octavio Campa Bonilla, sino el 100 %. Ninguno escapa. Todos, absolutamente todos, son de la misma calaña, aun el más encumbrado en cargo de elección popular.
Claro que de todo lo anterior hay antecedentes, pero en Nayarit las ambiciones de poder para mejorar el status social y, primordialmente económico, porque en el sistema capitalista en que vivimos está en el colectivo arraigado el concepto de “tanto tienes tanto vales”, han quedado al descubierto, una vez más, en el proceso electoral que nos encontramos. También buscan la impunidad que representa el cargo de elección.
A propósito de enchiladas, en fecha reciente el columnista nacional Ricardo Alemán recibió la misiva del Director de Difusión del Circo Atayde Hermanos, Federico Serrano-Díaz, quien expone:
“Estimado señor Alemán, en repetidas ocasiones, en sus escritos hace usted referencia al circo, comparándolo con la clase política nacional (la enfocaremos a la local). Me atrevo a pensar que es más bien por ignorancia que por mala fe, pero lo cierto es que este tipo de comentarios han contribuido a degradar entre el público la percepción de lo que es ‘el circo’: arte escénico ancestral y vivo, esencialmente democrático, y que en nuestro país tiene raíces milenarias.
El circo funciona como un mecanismo de relojería: un trapecista no puede cambiar la ruta de su vuelo, ni un malabarista alterar caprichosamente su rutina, ni un entrenador de tigres improvisar su acto. Detrás del circo hay todo lo que no hay en política en este país: concentración, rigor, disciplina, valoración del esfuerzo individual y colectivo, confianza en uno mismo y en los compañeros, elegancia, precisión y belleza. Es el arte del asombro.
Por otra parte, el ejercicio del circo no le hace daño a nadie, mientras que nuestros políticos, con su estupidez, hacen daño a millones de ciudadanos. “Quisiera que el escenario fuese tan angosto como la cuerda de un equilibrista: eso le quitaría a muchos ineptos las ganas de subir a escena”, decía J. W. Goethe.
A través de este conducto le manifiesto el profundo malestar que causa entre la comunidad circense que la mala política se presente como sinónimo de circo, que constantemente hacen comunicadores como usted.
Si la política mexicana funcionara como un circo, sería un arte perfectamente organizado, y no lo es. Por eso creemos que el espectáculo circense está en las antípodas de la clase política mexicana y de la denigrante forma de hacer política.
En todo caso, y con mucha buena voluntad, lo cierto es que muchos mexicanos y sobre todo los profesionales del espectáculo circense creemos que nuestra política resulta una farsa (pieza cómica breve), interpretada por una multitud de mamarrachos (persona o cosa defectuosa. Hombre informal que no merece respeto), pero jamás se puede decir que la política es un circo, con sus acróbatas, malabaristas y payasos. No hay que confundir los términos. Gracias”.
¡Ni modo, con estos bueyes hay que arar!
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