>Reza un dicho que no se deben hacer cosas buenas que parezcan malas. Y así parece suceder con los famosos retenes que instrumentan las policías estatal y municipal para detectar carros sospechosos y someterlos a revisión, principalmente carros con vidrios polarizados, con placas atrasadas, extranjeras o sin placas, pues la buena intención de preservar la seguridad pública se pierde en la mar de prepotencia, zafiedad y malos modales de los encargados de los retenes. Y es que los uniformados son una verdadera molestia para el ciudadano común, que como Usted o como yo, transitamos por las calles y avenidas de Tepic, al utilizar un rasero estúpido para detener vehículos a la menor provocación, además de la intransigencia con la que se maneja la cuicada y burocracia administrativa que los secunda.
Al dar la orden de “cero tolerancia”, la jauría uniformada se soltó y nos resultó brava, puesto que en los retenes se cometen todo tipo de abusos y violaciones a las garantías constitucionales de los ciudadanos, todo cubierto con el santo manto de la cruzada emprendida por las autoridades para abatir los índices delictivos, lo que se tradujo en una especie de patente de corso para que los cuicos medren sin el menor rubor, que es el mal más pequeño, porque en otras ocasiones además se detienen los vehículos y los dueños tienen que pagar fuertes multas, además de verse forzados a regularizar tenencias y placas. Tal pareciera que más que garantizar la seguridad pública se tratara de una estrategia para recaudar ingresos a costa de exprimir a quienes ya no tienen nada que aportar, más que la pobreza.
Confundido el objetivo, que era originalmente evitar la circulación de vehículos tripulados por malandrines de todos tipos y raleas, quien paga los platos rotos es el ciudadano común, aquel que no tuvo dinero para pagar tenencias, el que no pudo pagar el cambio de propietario de un vehículo y no ha renovado sus placas, o el que al amparo de la posibilidad de importar vehículos americanos, compró una carcachita gabacha, de esas que los gringos consideran chatarra ambulante. ¿O acaso alguien cree que la gente trae placas viejas por gusto, nada más por negarse a poner las nuevas? No. Traen placas viejas sencillamente porque no tienen dinero para poner nuevas. Así, la campaña contra la delincuencia se troca en una puñalada trapera contra el pueblo jodido, ni más ni menos.
Y mientras los responsables de la seguridad se dedican alegremente a hostilizar a los jodidos que nada tienen que ver con la delincuencia organizada o desorganizada, los verdaderos matarifes y vendedores de drogas pueden darse el lujo de traer sus carros y camionetas con la documentación en regla, pues abunda el dinero para regularizar sus vehículos, lo que es una paradoja que explica por qué existe una gran molestia entre los ciudadanos por la instrumentación de los retenes. Y la narquiza seguirá como si nada hubiera pasado, los tsurus vende drogas transitarán por las calles sin molestia y las hummer, scalade, avalanche, lobos y cheyennes ni quien las moleste. Ah, pero al tripulante de un súper vocho, de un neoncito, del jetta, que cometieron el error de polarizar sus carcachas, se van directos al corralón. Es obvio que la vara conque miden tiene dos medidas, como casi siempre sucede. Una vez más al perro más flaco se le cargan las pulgas.
Las protestas de la gente no se harán esperar y, poco a poco, el blindaje mediático que cubrió desde su lanzamiento la campaña para preservan la seguridad pública en Nayarit, perderá su pátina, desgastado por la necedad y estupidez de los uniformados encargados de los retenes, quienes humillan a la gente cada vez que un ciudadano inocente es sometido a la báscula policíaca. Y ahí estriba el principal error de una campaña bien enunciada pero mal operada: para que se cumpla el acuerdo para el fortalecimiento de la seguridad pública se necesita respaldo social. Que la gente tenga confianza en que se están haciendo bien las cosas. Que crea en lo que dicen los políticos. La pelea puede perderse en donde debiera encontrar su fortaleza: en el pueblo.
Seguramente deben matizarse las cosas, pues no es lo mismo revisar a una familia que trae un carrito con placas vencidas, que detener una hummer tripulada por jóvenes pelones que se adornan con rosarios de oro e imágenes de Malverde. El viejo dilema entre lo justo y lo correcto. Ojalá y las autoridades replanteen su estrategia y permitan un leve respiro al ciudadano común, que nada tiene que ver con asesinos, narcos o delincuentes. Una tregua navideña sería lo correcto. Veremos que sucede.
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