>• En nuestro tiempo, los jóvenes no se inscriben en una carrera universitaria siguiendo su vocación o su auto-conocimiento
Unas cosas se pueden aprender y otras no, decía el viejo Pitágoras, hace más de dos mil años. La afirmación posee un fondo filosófico y pedagógico básico. Las cosas que se pueden aprender se refieren a la naturaleza, en sus aspectos de número, medida y proporción, decía el pensador. Las denominó Μαθηματικά (matemáticas), las cuales constan de esencias inmutables que se pueden mostrar y enseñar con la guía del profesor.
Hay otras habilidades, acotaba, las cuales posteriormente se denominarían vocaciones, que no se aprenden, “que se traen por naturaleza” o por “influencia divina” y que dependen enteramente de la voluntad y de la autoconciencia del individuo. No necesitan la intervención del profesor. Todo depende de lo que hoy se denomina “iniciativa personal”.
Con la influencia del pitagorismo, a Sócrates le parecía más importante cultivar precisamente el auto-conocimiento, el famoso “conócete a ti mismo”, antes que el conocimiento de los objetos exteriores. Sócrates llegó a creer, inclusive, que hasta las matemáticas eran innatas; es decir, que también ellas fueron puestas por los dioses en la naturaleza humana.
Esta milenaria sabiduría es ignorada por nuestra cultura moderna, a pesar de que hunde sus raíces en aquella: sus frutos no se corresponden con la savia que la alimenta.
La ausencia del imperativo socrático nos impide cultivar el conocimiento más fundamental e importante, como es el conocimiento de sí mismo. Las pregunta ¿para qué sirvo? ¿Qué utilidad puede tener mi existencia en el mundo?, rara vez resuenan en el ámbito más íntimo de nuestra conciencia. Las transformaciones culturales de los últimos siglos han disipado esa orientación originaria, centrada en el hombre, que es reconocible en viejas culturas como la hindú o la china.
“La falla de nuestra época consiste en que nuestros hombres no quieren ser útiles, sino importantes”, sentenció el sabio estadista Winston Churchil. En nuestro tiempo, los jóvenes no se inscriben en una carrera universitaria siguiendo su vocación o su auto-conocimiento. No buscan estudiar bajo la guía de sus posibilidades personales más especiales, sino siguiendo el prestigio social o las posibilidades que otorgan “en el mercado de trabajo” los programas académico en el que se inscriben. El resultado: muchas carreras, como la de medicina o comunicación, están sobresaturadas de demanda en las universidades. No es culpa, por supuesto, de los jóvenes. Simplemente, ellos siguen los parámetros que impone la cultura en que vivimos. Es esta la que prescribe la orientación de la energía social hacia unos fines que se imponen, muchas veces dramáticamente, sobre los individuos, al generar frustraciones personales y conflictos innecesarios.
En el mundo actual se teme a la palabra “utilidad” cuando se aplica al quehacer humano; se le ve como sinónimo de servidumbre, de sujeción a los demás. El dogma más vigente en la actualidad es pensar que al ser útiles nos condena a perder la libertad. Lo cierto es que, la utilidad, pensada integralmente como reconocimiento de las propias potencias orientadas a la vinculación con los demás, mediante el servicio, es fuente de realización personal. Al margen de las críticas que se puedan hacer, por ejemplo, al Programa Iniciativa México, que culminó hace unas semanas, nos dejó una enseñanza que no debemos ignorar en ningún momento. Buena parte de los participantes seguían su vocación, entendida como una voluntad de servicio, preparada espiritual y cognitivamente, para servir al mayor número de personas.
Se vio claramente que esta utilidad o voluntad de servicio no está peleada con el mercado. Sólo que aquí el “mercado” no impone sus ciegas condiciones; al contrario, aquí la voluntad de servicio transforma esas condiciones y muestra una cara diferente, oculta, de eso que llamamos “mercado”: esta es la forma social de vinculación del individuo con el mundo. Es una armonización que se parece a la reconciliación.
* El autor es periodista, escritor y catedrático de la UAN
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