Dos estrategias de combate al crimen

- Nov 27, 2010

>Una cosa es clara: el Estado tiene, por ley, el deber ineludible de hacer frente al crimen organizado, máxime cuando su peligrosidad se ha convertido en un asunto de seguridad nacional. Pero hay un problema: los métodos a emplear.

El gobierno federal ha elegido la estrategia de atacar frontalmente a los cárteles más poderosos, con el argumento de que si no se actúa directo y de manera contundente, se corre el peligro de que las organizaciones criminales se puedan recomponer, cosa que hay que evitar a toda costa.

No necesitamos describir los costos de este método, sobre todo en términos de caos social y vidas humanas, para valorar su efectividad. Otra consecuencia ha sido la desconfianza de la población, al verse afectada por los efectos de la política frontal de combate al narcotráfico. Al menos es una de las lecturas que podemos hacer a la Encuesta Nacional sobre la Percepción de Seguridad Ciudadana en México, realizada por Consulta Mitofsky.

Si se toma en cuenta que el tejido social está hecho, precisamente, de esa cosa invisible e imposible de tocarse con los dedos, que llamamos confianza, el panorama es grave: necesitamos esa confianza. Es el “engrudo socio-afectivo” de la vida en comunidad. Lo aprendemos en el tráfago de todos los días.

No realizamos, por ejemplo, operaciones financieras si antes no existe esa base previa, capaz de dar solidez institucional a los bancos; no actuamos libremente y en armonía en el hogar, si antes no hay confianza en las relaciones de pareja; no salimos a la calle, sin estar seguros de que no estallará, en el camión, una granada o como dicen los sicarios, una de esas piñatas letales que, por desgracia, en México y en Tepic, ya empezamos a conocer demasiado bien; no acudimos a denunciar un delito, sin antes estar seguros de que la policía no es corrupta y aliada de delincuentes…, y ya sabemos que si no hay certidumbre en los procesos electorales, el abstencionismo tiende a aumentar, etc. Podemos poner infinidad de ejemplos.

Cuando la confianza se rompe, en cualquier nivel, el señorío del caos y del conflicto por lo regular se impone.

Otra estrategia diferente a la del gobierno considera que el combate al crimen no es un asunto exclusivo de policías y malhechores. Se privilegia una labor cotidiana de inteligencia, pero articulada a programas sociales capaces de garantizar, en la mayor medida posible, la ocupación y el estudio en los jóvenes, entre otras cosas. Se busca también, junto con ello, la participación social en el combate a la delincuencia, cosa que no se puede dar, por cierto, sin una confianza previa en las autoridades policíacas. A nivel policiaco, el diseño de los golpes al crimen y a los cárteles, se planea tomando en cuenta la obtención de los menores costos civiles y el mayor deterioro de las organizaciones criminales.

La gente necesita percibir que las instituciones del gobierno y, en especial, las policíacas, trabajan para su bienestar. Sólo de esa manera pueden obtener su respaldo, su simpatía, pero sobre todo, su voluntad de colaboración, pues sin participación social es imposible que los graves problemas actuales, en cualquier ámbito, se resuelvan. Cualquiera ciudadano está dispuesto a luchar y hasta convertirse en héroe si se sabe respaldado por toda una comunidad participativa y si tiene la certeza de que su esfuerzo no será estúpido, por inútil.

La confianza, aunque es un fenómeno espiritual, socio-afectivo (ya lo dijimos, para no mistificar algo tan importante), se da, pues, en los hechos; es decir, no se da gratis. La confianza es la materia que los políticos deben trabajar para construir mejores instituciones. Sin ella, la modernidad no puede llegar nunca a nuestras democracias bananeras.

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