La propaganda negra, cáncer de la democracia

- Dic 7, 2010

>• No hemos cambiado nada... el caso de la guerra sucia contra Esteban Baca Calderón

La mente más avanzada de Nayarit de las primeras décadas del siglo XX, Esteban Baca Calderón, intentó ser el primer gobernador constitucional del estado, pero, naturalmente, no lo dejaron. El instrumento que obstaculizó su arribo fue la “propaganda negra”, difundida a través de folletines anónimos, bardas con pintas amenazantes y rumores insidiosos soltados en mercados, iglesias y cantinas.

Casi olvidado por las nuevas generaciones, a Baca Calderón se le recuerda vagamente por la céntrica escuela que lleva su nombre, pero muy poco por sus acciones a favor de una república con espíritu eminentemente social. Defensor de los mineros de Cananea, perseguido por el porfirismo y profesor de vocación auténtica, el ilustre nayarita resistió el encarcelamiento y las múltiples batallas de la revuelta mexicana, gracias a esa mezcla sui generis de ideales liberales y anarco-sindicalistas que dieron fuerza a sus convicciones revolucionarias.

Identificado como parte de los seguidores del caudillo Obregón, “el rudo come-curas” o algo así como promotor de la versión mexicana del jacobinismo, Baca Calderón sufrió crueles detracciones, de manera injusta, desde luego, cuando intentó ser el primer gobernador de nuestro estado, luego de su creación en la Constitución de 1917.

Aun cuando poseía una mente más abierta, ilustrada y civilizada que la de su jefe, como lo prueba el haber salvado de la horca a un sacerdote en Colima de las hordas obregonistas, no se le perdonó su filiación.

A favor de la libertad de culto, él opinaba que “la tolerancia es una de las formas del hermoso principio de fraternidad humana, y por tanto, la Religión no puede ser ya, a los ojos de los patriotas, un arma política”.

Fue inútil que expresara, en los mejores términos, su manera de pensar. Como las etiquetas casi siempre se imponen sobre la razón, el alud de ataques fue inevitable. Las acusaciones eran variadas. Las más tibias iban dirigidas a su condición de militar, pues lo que necesitaba Nayarit, decían, era un civil de raigambre popular, “no un soldado que trae la bendición del gobierno central”. Muchos de esos argumentos iban y venían por ojos y manos de la gente, plasmados en panfletos que, a falta de Internet y otros medios electrónicos, aseguraban la circulación de todo tipo de vilezas.

Si en nuestros tiempos el panismo acusó a López Obrador de ser “un peligro para México”, en aquellos tiempos se difundió, entre una masa ingenua, creyente y cuasi analfabeta, que Baca Calderón era nada menos que un peligro para la religión, enemigo de la iglesia y prácticamente la personificación del mal en estas tierras olvidadas. La propaganda fue eficaz y perdió las elecciones frente a Santos Godínez, el oscuro candidato que contaba, este sí, con la bendición episcopal.

En plena campaña, Esteban Baca Calderón había dado muestras de altura republicana, conciencia ciudadana y vocación democrática. “No descenderé hasta el insulto vulgar”, decía, defendiendo y explicando un programa de gobierno en concordancia con la nueva república constitucionalista. Pero sus palabras más extraordinarias, por su profundidad política, serían las siguientes: “si llego a presenciar el triunfo del pueblo en la justa electoral, aun siendo yo derrotado, ese será mi mejor galardón y el mejor premio a todos mis positivos sacrificios. La satisfacción más íntima se apoderaría de mi espíritu al convencerme de que mi decorosa actitud de vencido servirá siempre para enseñar al pueblo cómo se respeta el voto de las mayorías, sin resquemores malsanos ni animosidades inverecundas”.

El problema es que, con la propaganda negra, no gana el pueblo, sino el miedo, máxime en estos tiempos, donde el temor socialmente generalizado se está convirtiendo en el veneno de la vida pública. Con temor no hay libertad, ni siquiera de pensamiento. Falta menos de un año para las elecciones y ya van y vienen los panfletos, las publicaciones en Facebook, con los lemas sentenciosos y vulgares en las pantallas electrónicas, algunos de los cuales exhiben calificativos graves contra algunos políticos, a quienes acusan de narcos y otras lindezas.

Entre los periodistas, se estuvo a punto de pasar de las palabras a los balazos, luego de una riña por bagatelas partidistas. La libertad de expresión in extremis puede mover hasta el gatillo de una pistola.

Parafraseando al gran genio literario Henrik Ibsen, ¿de qué sirve una democracia cuando los mejores hombres se convierten en enemigos públicos y los vulgares acceden, mediante la infamia y otros recursos inmorales, a los puestos de poder? Responder a esta pregunta es un asunto de conciencia ciudadana.

(Libro recomendado: "Un precursor social llamado Esteban Baca Calderón", Pedro López González, Comunicación Óptima Tepic 2010)

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