>Cuando inició el movimiento “llegó la hora de Nayarit” pensé, entusiasmado, que se trataba de un proceso espontáneo de la sociedad. “Por fin llegamos a la madurez”, me dije, animado. Sin colores y sin más intereses que los de la ciudadanía, empezamos a abandonar el narcisismo político que tanto daño le ha hecho a las sociedades occidentales.
No ver cabezas visibles al principio, me hizo alentar la esperanza de que se iniciaban cambios saludables para el siglo XXI. Por supuesto que no soy tan ingenuo. Había que estar seguro de la autenticidad del movimiento, pues en principio no dejaba de “brincarme” el detalle de la costosa publicidad en espectaculares y, especialmente, en algunos medios electrónicos.
¿Quién la estará pagando? ¿Viene realmente del bolso decente de los nayaritas? ¿es posible que no haya “mano negra” entre bambalinas?
Por lo demás, hasta el nombre me parecía sugestivo: “llegó la hora de Nayarit”. ¿Comenzaremos a alejarnos ya de la etapa anal de la política capitalista, heredera del individualismo liberal? Como es de suponer, la decepción vino inevitablemente. Se impuso lo de siempre. Esa preeminencia de los intereses particulares, del culto a la personalidad y de la necesidad de individualidades carismáticas, ha hecho de la política un símil de la etapa infantil caracterizada por Freud: obsesiva fijación anal, el regodeo narcisista que conduce inevitablemente al gozo de jugar con la propia caca.
Si embargo, mi decepción no es freudiana, sino hegeliana. El viejo pensador alemán consideraba que la incapacidad de elevarse hasta la conciencia de los intereses colectivos, generales, es decir, al avistamiento del bien común, no es otra cosa que falta de poder de abstracción, dificultad de reflexión, renuncia al pensamiento. Pensar en función de intereses propios (regodearse en el propia estiércol) sin capacidad de reconocimiento de los demás, es característico de los hombres incultos. En esto se asemejan a los animales, decía, pues no superan el nivel puramente sensible de la realidad. La vida de un burro gira en torno del verde pasto que le ha de alimentar. No se puede decir que posean mucha riqueza espiritual, aunque las neurociencias y la psicología actual nos digan que poseen más funciones cognitivas de las que creíamos antes. Lo cierto es que viven coaccionados por las regularidades impuestas por la naturaleza (comer, dormir, defecar, fornicar, etc.). Así, el burro cree que esos son sus “intereses” los que están en juego, cuando, se trata de los intereses genéricos de la naturaleza.
Ella es la que impone esos ciclos. Igualmente, los políticos narcisistas que juegan con su propia caca piensan que se mueven por intereses propios sólo porque su satisfacción adula mórbidamente el ego o, más bien, su perineo. Esa malicia que dicen poseer es, ciertamente, todo lo contrario. Es vulgar ceguera, estrechez de miras, una de las tantas caras de la estupidez, esa medusa interior que no cualquiera es capaz de exorcizar. La cadena de causalidades políticas envuelve y determina al político que, en lugar de reflexionarlas, las asume como propias, reproduciendo sus condiciones reales (cuando se trata precisamente de cambiarlas).
Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Al movimiento “Llegó la hora por Nayarit”, que tanto prometía, se le encaramó un distinguido ciudadano. Es aparentemente una buena persona. Parece que ha sido, inclusive, algo destacado en los deberes burocráticos. Es su chamba y, evidentemente, la ha sabido cuidar como cualquiera. No es posible tener nada contra él. Nuestro respeto.
Pero no es precisamente lo que necesitan las sociedades del siglo XXI. Nuestra época exige que los problemas y las soluciones, no las personalidades, pasen al centro de los escenarios políticos. Es el auténtico interés participativo de la sociedad y la capacidad de servicio de las individualidades, no los cartelitos y los espectaculares, no la mercadotecnia ni los manuales de politología, los que reclaman estar en el centro de la vida pública. Hagamos a un lado la tiranía de las encuestas que nos han manipulado desde que se inició nuestra democracia bananera y pensemos, con un poco más de seriedad, en la realidad y la gravedad de los problemas de nuestra sociedad nayarita. Sobre todo, hay que pensar en cómo los podemos solucionar y cómo podemos organizarnos para que el interés permanente del gobierno y del estado sean los intereses civiles, no los edípico-anales de los políticos tradicionales.
¿Hay, acaso, otro remedio para la superación de la escatología política? No hay otro modo de recuperar el optimismo.
* El autor es periodista, escritor y catedrático de la UAN
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