La universidad fallida

- Feb 11, 2011

>Hace más de treinta años, nada menos que la UNESCO hizo un pronóstico optimista sobre la Universidad Autónoma de Nayarit, destacando su incipiente forma de organización académica, establecida en el marco de la primera gran reforma educativa: “será la universidad del siglo XXI”.

El modelo de aquel entonces era por módulos vinculados a unidades de producción, algo efectivamente parecido a lo que, en esencia, muchas universidades pretenden hoy, es decir, vincular la formación y los aprendizajes al entorno y a las exigencias de desarrollo de la sociedad.

Con el paso del tiempo, seguimos siendo prácticamente una universidad decimonónica, vetusta y paquidérmica por su burocratización y directivismo. Se equivocó la UNESCO en sus vaticinios. Encima, Aquella primera reforma terminó trágicamente con varios muertos, trabajadores universitarios, en el año de 1979, luego de una época de persecución, intolerancia y autoritarismo. Desde entonces, se han intentado varias reformas que, irremediablemente, han terminado en fracaso, por diversas circunstancias y condiciones, pero principalmente por la incapacidad de establecer estructuras políticas más participativas e incluyentes.

La importancia de la Reforma de 2003, es que inició en condiciones de apertura. Este fue uno de sus aciertos. El rector Javier Castellón convocó a pensar y planear una universidad más acorde con las exigencias de la llamada sociedad del conocimiento y la información, tomando en cuenta retos regionales y desafíos mundiales, procurando lo principal: defender la identidad cultural propia, examinando críticamente las sospechosas normativas globalizadoras de los organismos pro-capitalistas internacionales.

Los universitarios, como toda la gente de buena fe, humana y abierta, fue particularmente creativa. Hicieron aportes, reclamos y críticas que sirvieron de base a la articulación de un programa de construcción del nuevo modelo, denominado “Documento Rector”. Expertos de la escuela de Derecho propusieron los cambios adecuados a la legislación universitaria, con lo más refinado de la técnica jurídica, en tanto que extraordinarios académicos de diversas áreas delinearon los lineamientos a los que había que apegarse para dar coherencia a la acción.

Hubo discusiones, muchas veces fuertes, cuestionamientos radicales, confrontaciones ideológicas sobre temas de educación y diseño curricular y demás, pero al final se consensuó una imagen deseable de universidad para el futuro inmediato y mediato. Pero después de casi una década, el estancamiento empieza a despedir malos olores. Tanta energía social, tanto optimismo, tantas ganas de hacer cumplir el vaticinio de la UNESCO de convertirnos en la universidad del siglo XXI, ¿para qué? ¿Para que todo se vaya al caño del olvido? ¿Para que los sueños de una comunidad terminen en papel, en bosquejos de planes, en plataforma para aspiraciones políticas individuales, en pintura mediática para convencer a la sociedad de que nuestro liderazgo es, después de todo sólido? ¿Cómo es que el vigor, la voluntad colectiva, termina siempre en acciones pervertidas, distorsionadas, fragmentadas y caricaturizadas?

La idea del actual rector, Juan López, de demandar la participación de los universitarios para diseñar el nuevo Plan Institucional de Desarrollo, es excelente. Ideas de ese tipo son las que se requieren y el rector tiene muchas de ellas. Mucho, me temo, sin embargo, que no lo es su modalidad. Los tiempos han cambiado. Ya no es tiempo de Foros que terminan en “foritis”, donde la participación deviene en rituales y ceremonias puramente retóricas, exentas de discusión real. Aclaro que esta no es una crítica a los encargados de la oficina de planeación, donde hay universitarios y expertos que, además de excelentes, son de una gran calidad humana. Si parte del nuestro estancamiento se debe a la excesiva personalización de los problemas, lo que impide su reflexión  objetiva, no voy a caer en el mismo error. Es, más bien, una crítica a esa forma vertical y atomizada de operar propósitos de política general, que ha sido recurrente en el capitalismo del último siglo, y que es precisamente la responsable de que planes y programas terminen, como señala Luís Porter, en el cesto de la basura, ese miserable símbolo de los sueños irrealizables.

Recuerdo que Juan López, en su campaña, habló de construir el plan desde las áreas concretas de trabajos, donde están los problemas específicos con los involucrados inmediatos, quienes viven en carne y hueso las exigencias de educar y preparar gente para el futuro inmediato. ¿Cómo es que se opta por establecer tribunas individualizadas y tematizadas abstractamente?

Nos está ganando otra vez el perverso demonio vertical y burocratizante que todos traemos dentro.

El mismo demonio que suele mantener separados los sueños colectivos y la realidad.

*El autor es periodista y catedrático de la UAN

Deja tus comentarios