>Imaginen a un joven de 25 años recién egresado de su universidad que tiene la ilusión de ejercer su profesión, pero que se topa con la dura realidad de que el mercado es un páramo desolado, exento de oportunidades.
No hay empleos. Ese joven, como es honesto, tiene las opciones limitadas: ser maletero, taxista, cargador o vendedor de verduras. Se decide por este último oficio y se despide del sueño de ejercer su licenciatura en informática.
Parece que estamos hablando de un profesionista desempleado de México, pero este joven se llama Mohamed Bouazizi. Su nombre extraño no suprime, sin embargo, lo familiar que nos resulta su dramática condición. Vivía en Túnez, donde la policía, además de golpearlo y humillarlo, le confiscó su carrito de verduras porque no contaba con los permisos correspondientes de vendedor, algo común en México.
El joven reclama, protesta, suplica, pero todos los dispositivos de la justicia están cerrados y, desesperado, decide prenderse fuego, luego de empaparse con gasolina. Murió el 4 de enero de este año y causó una revuelta que, luego de tumbar al dictador de Túnez, se extendió por Yemen y acabó por derribar, también, al dictador de Egipto. Esos países eran considerados “modelo” por el Fondo Monetario Internacional y por las potencias occidentales.
Políticos estúpidos y enanos de México, de Nayarit, de nuestras universidades públicas y del orbe entero, pongan sus barbas a remojar: el fenómeno Bouazizi nos revela la verdad del mundo actual, a la que hay que atenerse, para cambiar.
¿Para que esperar a que alguien, alguno de nuestros hijos o nietos, quizá, encienda la mecha del cambio prendiéndose fuego a sí mismo frente a una plaza? ¿Son demasiados frívolos para entenderlo?
* El autor es periodista y catedrático de la UAN
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