Democracia en la selva

- Mar 21, 2011
> Cansado de su reino, el León quiso darse una larga temporada de vacaciones y delegó en el Consejo de Simios la organización de elecciones democráticas. Preocupado, reflexionó que alguien debía sustituirlo en el gobierno durante su ausencia, nada menos que un largo sexenio. “Los asuntos de la selva necesitan atención”, dijo, aunque, a decir verdad, con su pereza natural que lo hacía dormir hasta veinte horas seguidas, todos se preguntaban a qué tipo de atención el Rey se refería. Tan pronto se lanzó la convocatoria, se inscribieron tres bestias como aspirantes. En primer lugar, don Cocodrilo, que salió del río con su enorme bocota sarcástica, pero elegantemente vestido de frac y sombrero de bombín. “La Selva necesita atención tanto en la tierra como en el agua, pues cada vez más escasea el cardume y los cocodrilos nos vemos obligados a consumir comida de dudosa calidad, como negros, cazadores ingleses y uno que otro turista rico mexicano que piensa que nuestro mundo es un espectáculo de cómoda privacidad”. A don Cocodrilo le siguió doña Lechuza, quien salió de su nicho bostezando, deslumbrada por el sol, alelada por el desvelo y estirando las alas para sacudirse los restos de modorra. “Estoy dispuesta a sacrificarme, amigos míos, a trabajar de día, primero, porque ya no aguanto las infidelidades mi marido, el Búho. ¡Permanecer un momento más a su lado me resulta insoportable! Y segundo, porque el Reino de la Selva debe llegar, no sólo al agua, sino también al aire; debe beneficiar a las pobres mariposas y colibríes, que están en peligro de extinción porque nuestros guardianes del bosque han dejado que se marchiten las flores y que los humanos derriben los árboles que les sirven de hábitat”. El tercer aspirante fue Don Mandril, de mirada pacífica, lentes redondos y andar festivo, pero evidentemente más sabio que los dos, porque no dijo nada, simplemente se inscribió, desconcertando a todo el Reino. Un elefante que andaba de reportero le acercó el micrófono y le arrancó, por fin, una declaración. --¿Qué puedo decir si lo que tengo que hacer es lo que me diga el León?--, dijo el Mandril. --Pero esto es una Democracia, señor, es el gobierno del pueblo… Se arriesga a que no voten por usted--, replicó el reportero. --¿Democracia? Estas son sólo elecciones de papel. Si vivimos en la Selva, entonces siempre prevalecerá la Ley de la Selva y sólo con esta se puede gobernar. Otra cosa será cuando a este reino lleguen a ponerse en práctica las leyes de una verdadera civilización, que hasta ahora sólo existe en la imaginación de Dios. La extrañeza oscureció la mente de las masas y la cólera incendió a los candidatos contrincantes. --¿Cómo ven a ese blasfemo de Don Mandril? Les está diciendo que la voluntad de ustedes no vale nada-, arengó doña Lechuza… --Y se atreve a asegurar que ni siquiera pueden aspirar a una vida mejor--, atacó Don Cocodrilo con toda la saña de su enorme bocota. La indignación llegó hasta el último animal del reino y todos empezaron a odiar a Don Mandril, tan sólo por atreverse a decirles la verdad. --Hay que comérnoslo en barbacoa-, propuso el comité de Acción Ciudadana de las Hienas, --dicen que la carne azulada de mandril es manjar de sibaritas. --Así le van a dar la razón a él, que no somos capaces de actos civilizados--, razonaron las populosas abejas. Mejor hagamos otra cosa. Que su mayor castigo sea el desprecio: que nadie vote por él. Se aceptó lo que propusieron las abejas, y meses de ardua campaña después, las elecciones terminaron con empate técnico entre el cocodrilo y la lechuza. Ningún voto para el inteligente Mandril. Como una y otra aseguraban tener mayoría y acusaban al adversario de haber hecho trampa, los ánimos se sulfuraron y estalló la guerra civil, o mejor dicho, la “guerra selvática”. Las noticias del desastre de su reino llegaron a oídos del León, quien con todo el dolor de su fiero corazón se vio en la necesidad de interrumpir sus sagradas vacaciones. En cuanto los felinos lo olieron y las águilas vislumbraron su silueta en el desierto y las hormigas sintieron, en sus patillas y antenas, las peculiaridades de su paso firme y majestuoso, las partes en pugna firmaron rápidamente un armisticio. Cuando el León se sentó en su trono, no se escuchaba ni el zumbar de una mosca. Mandó reunir al Consejo de Simios y les dio la orden tajante de arrojar las urnas al caudaloso río (hábitat de uno de los candidatos) y, dirigiéndose a la multitud de la corte, prohibió a todo mundo que se hablara más de elecciones, urnas, boletas, candidatos y proyectos de reforma de la selva. --¡Esto de la política hace que se vean más grandes las necesidades y más pequeños quienes las practican- dijo. Luego anunció que se llevaría, al derrotado Mandril, de asesor. Entonces, a Doña Lechuza no le quedó más remedio que volver con su infiel marido y, al elegante don Cocodrilo, al agua, a comer ingleses, negros y turistas ricos mexicanos tumbados de las barcazas.   * El autor es escritor y catedrático de la UAN

Deja tus comentarios