Los debates

- Abr 15, 2011

>No estoy de acuerdo con los debates. Los considero un arcaísmo bastante burdo, además de inútil para la comunidad. Si se trata de construir ciudadanía o civilidad, este no es un método adecuado, porque enciende el encono y cierra el paso a la reflexión. Además, confunde a la sociedad, la hace que pierda de vista lo más importante políticamente, haciendo hincapié en lo superfluo, en la imagen, en las porras y las matracas, antes que en el bien común.

Hace hincapié en el espectáculo y no en los razonamientos. Ese fue el defecto del primer debate entre Martha, Jorge y Naranjo, de la semana pasada: las porras manipuladas casi provocan la degeneración del evento en Talk Show. En el segundo, mejoró el formato. Resaltaron más las ideas, las propuestas y la voluntad de unificar criterios en torno a la sociedad que queremos construir, haciendo a un lado el enfrentamiento visceral. Esto desilusionó a muchos, sobre todo a quienes se emocionan más con el box y la pelea de gallos, que con una idea bien formulada o una expresión bien dicha.

Y es que el debate, en su forma arcaica, suele ser combate, una agonística, una forma de confrontación donde importa más la personalidad del pugilista que la verdad defendida. Es más, ni siquiera se defienden verdades, sino argumentos; no se promueve la idea, sino el carisma; no importa el planteamiento de problemas, sino la manera en como se reducen al absurdo los pensamientos del otro, (si es que hay pensamientos, pues suelen proliferar los slogans y las frases de contenido emocional fuerte, es decir, la retórica vil).

En general, en un debate típico, es imposible lo más importante que necesita una sociedad para progresar: el diálogo, la apertura y la buena fe, aspectos de los que suelen carecer, precisamente, los políticos. Al debate se le ve como una oportunidad para incrementar el rating, no como una oportunidad para aclarar las ideas propias y las de los demás, ni como parte de la construcción colectiva de la verdad y la realidad.

Los debates rijosos no tienen razón de ser en la época contemporánea. Son irrelevantes, superfluos y hasta, en cierto modo, estúpidos. ¿Qué verdades pueden defender dos o tres personajes en un panel cuando algunos de ellos suelen tener la cabeza llena de intereses y de esquemas mentales a los que son incapaces de renunciar precisamente por “razones políticas”? Por eso un debate, donde dos, tres o cuatro simples mortales dicen burradas (porque muchas veces no saben ni expresarse), me parece, no sólo una pérdida de tiempo y de dinero, sino un espectáculo morboso, poco elegante y, hasta en cierto modo, perverso.

¿No es mejor escuchar directamente a la gente? ¿No es mejor tener imaginación para tomar el pulso a los sueños, a las expectativas y a las esperanzas sociales? ¿No es mejor cultivar el talento para ponerse en los zapatos de la ciudadanía que sufre, que aspira a mejores estadios de bienestar? Ahí, en esos sueños, en esas esperanzas, en esas expectativas está la verdad. Se necesitan políticos sensibles, de mente abierta y alto poder intelectual para acceder a ella y traducirla públicamente.

El segundo debate de los precandidatos de la alianza PAN-RD mejoró, decía, en el formato. Hubo momentos interesantes, de propuestas y razonamientos extraordinarios. Aunque sigo siendo de la amplia franca de electores indecisos y exigentes, me quedó ahora una mejor imagen de los aspirantes de estos partidos: la franqueza y claridad de Jorge González, la sensibilidad de Martha Elena y la capacidad intelectual de Acosta Naranjo, cuya seriedad en el manejo del dato duro para describir los contornos de los problemas de Nayarit son dignos de atención. Nadie podrá decir, después de estos debates, que en esta alianza no hay gente de bien y dispuesta a trabajar por Nayarit.

Hay que ver, ahora, cómo andan de propuestas, ideas y poder analítico en la otra alianza.

* El autor es escritor y catedrático de la UAN

Deja tus comentarios