>"¿Qué has hecho para merecer tanta humillación?”, le preguntó a la imagen de sí mismo reflejada en el espejo mientras se jabonaba para rasurarse ese lunes de octubre.
Ahí estaban las marcas del insomnio en ese cuidado rostro.
–¡De qué sirvieron tantos años de entrega para transformar este estado pata rajada! –pasó el rastrillo en la patilla izquierda.
Él no fue un hombre de notas sobresalientes en la escuela y tampoco terminó regularmente su carrera, pero fue un empleado diligente que hace nueve años se unió a la generación que guiada por valores modernizaría la entidad.
–Hoy te pagan con esto –emprendió el segundo movimiento con el rastrillo.
Recuerda cuando su jefe reunió a una veintena y les pidió prepararse porque tendrían un mandato superior para gobernar por medio siglo.
Talleres y seminarios de marketing político en Zacatecas, Distrito Federal, Washington, España; cursos de valores con psicólogos empíricos y entrenamiento en programación neurolingüística. Esa fue su carrera definitiva.
La meta era aproximarse a su jefe, el hombre carismático que decretaba lo que otros deberían hacer, controlaba la mente al grado de tomar en sus manos el fuego sin hacerse daño y podía caminar sobre el mar, como lo probó en pleno huracán Kenna en octubre de 2002 ante el asombro de sus colaboradores y el presidente municipal del puerto más afectado.
–¿Son las pruebas que debemos pasar como Jesús nuestro salvador? –se preguntó, el rastrillo corriendo de abajo para arriba.
Él, como tantos otros del gabinete legal y de altas posiciones de la administración pública, no tenía la formación académica ni la experiencia para el cargo que recibió, pero entendía en grado excelso las metas de su jefe y guía.
Ganaron la gubernatura, primero al interior del partido y luego en las constitucionales. Era una Ola triunfadora. Transformaron, transformaron, transformaron… Y volvieron a ganar.
–Hoy reclaman el monto de la deuda pública. Si en seis años avanzamos casi dos milenios, ¿les parece mucho tardar 40 años para pagar el crédito? Pagar una miserable casa lleva 10, 15 o 20 años –repitió aquellos bellos razonamientos que su jefe le dijo en una cena de 9 tiempos que sirvió Emilianos en los jardines de su casa.
Aquella noche que festejaron su triunfo electoral para una sucesión miel-en-hojuelas, el jefazo les advirtió que los adversarios no tardarían en cuestionar todas sus obras, sobre todo la deuda pública. Y les fue diciendo toda la bondad de un gobierno que había hecho progresar a la entidad mucho más que los últimos dos mil años.
Del nuevo gobierno no había cuidado, porque ya le habían entregado las pruebas de que la Ola había aportado 170 mil votos, desglosados casilla por casilla.
–También hay gente que sabe dar a cada quién lo que le corresponde –se acarició con palabras, se acarició con el índice la mejilla recién rasurada.
El jefe había reunido a un centenar, en un encuentro muy afectuoso. Eran los altos mandos de la corriente política que había cambiado la historia.
–Su estado los sigue necesitando. Para 2012, para 2014, 2015, 2017, 2018. Se incorporarán en el siguiente gobierno a tareas menores pero con sueldos dignos. Es lo menos que puedo hacer por su lealtad –les dijo el carismático hombre.
Les entregaron sus plazas de base, las de sus cónyuges e hijos. Con el cuidado de ubicarlos en dependencias distintas.
Luego recogieron sobres con permisos de taxis.
Se desearon suerte. Dijeron de su jefe halagos tan extremos que por decoro no reproducimos. Unos cuantos lloraron, discretos.
Así que cuando su chofer por seis años no quiso regresarlo a casa en la camioneta innecesariamente blindada el día de la entrega al funcionario entrante, el saliente se sintió humillado. Tuvo el descaro de decirle que su jefe era el entrante, no él.
Vendrían humillaciones, una tras otra.
El martes había llegado a su oficina como titular de la dependencia. Salió humillado.
Regresó el miércoles por primera vez a las ocho de la mañana, pero ahora como trabajador de base. Hizo una fila humillante para checar. Sus antiguos subalternos evitaban saludarle.
No había escritorio para él. Ni trabajo. En su BlackBerry, que antes recibía órdenes del Uno, hoy iban y venían comentarios de desconcierto de extitulares como él.
El titular entrante no lo recibió en calidad de basificado. Humillante.
Al cumplir dos semanas como basificado la secretaria del titular le indicó que pasara a la sala de juntas para una entrevista de reubicación de acuerdo con sus aptitudes.
–Nomás haga el favor de responder este cuestionario escrito –le dijo amable e irónico su exchofer.
Otra humillación.
Era un cuestionario de 120 preguntas. Casi ninguna entendió, así que contestó tal vez sólo una decena.
Formación: Desarrollo humano
Película: El día después de mañana
Libro: El secreto
Ideología: La Ola
Meta: Salvar a mi estado
Lema: Quiero, puedo y lo haré.
Salió de la sala de juntas, humillado y ofendido. Mucho.
Buscó su silla. La ocupaba ya otro fanático del BlackBerry. Solía ocurrir cuando iba al baño o cuando salía un poco de la sobresaturada oficina.
Todo eso había repasado noche tras noche. Angustiante el remolino de imágenes de la gloria del poder seguidas de las humillaciones de septiembre y octubre. Iban y venían los argumentos contra la deuda y los basificados de los antiguos lambiscones con su jefe y sus férreos críticos ahora. Como si la deuda no hubiera traído el desarrollo y los basificados no fueran una mínima cuota para pagar los servicios de quienes lo habían logrado y quienes seguirían dándole rumbo a la entidad.
Ese lunes 17 terminó su aseo personal y salió a la calle.
–Como si estuvieras tan bonito –dijo en voz alta al ver el anuncio exterior del periodista que en su exceso de protagonismo publicó una gigantesca foto suya con su bigote de turco al lado de una frase construida por un reparador de bicicletas: Si sucede se publica.
–Uy qué miedo –le dijo burlón al anuncio al cambiar el siga en el semáforo de la Jacarandas.
Llegó unos minutos antes de las ocho de la mañana a su oficina para no hacer fila.
Abrió su Ipad.
“Despiden a 74 funcionarios basificados…”, leyó en el portal de noticias del periodista al que en ese momento descubrió una mirada de serpiente.
Oyó los murmullos de sus compañeros, que también revisaban las noticias recientes para confirmar si hubo víctimas en la balacera de la noche anterior en la colonia H. Casas.
–Se van las ratas –le dijo un burócrata sangre de chinche a sus compañeros.
Seguirían las indirectas toda la mañana, hasta la hora de checar la salida.
Pronto alguien le notificará su despido, para aportar las prueba 75 de la ingratitud extrema con nuestros Steve Jobs. Creadores, héroes, redentores tratados como delincuentes. Por una deuda, por unas plazas. ¡No hay valores!
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Nota: Las opiniones de los personajes de este relato no reflejan la del autor, que con su estilo se limita a reproducir las historias, percepciones y sentimientos de los entrevistados
(El autor de este artículo, Jorge Enrique González Castillo,
es publicista, editor, periodista y encuestador nayarita)
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