Impulsar la ciencia y la tecnología en Nayarit

- Nov 29, 2011

>No hay recetas para promover el desarrollo de la ciencia y las innovaciones tecnológicas, pero es ya una certeza la afirmación de que la participación del Estado tiene mucho que ver en su estímulo o inhibición.

Manuel Castell, en sus voluminosos tomos sobre “La Era de la información”, nos recuerda que hasta antes del Renacimiento europeo, China, el “gigante dormido” nombrado así por Napoleón, representaba entonces la vanguardia mundial en tecnología.

Los chinos inventaron la pólvora, la imprenta y el papel; eran unos grandes ingenieros hidráulicos; no sólo desarrollaron la navegación a niveles peligrosos para el resto del mundo, sino también la química y cierta clase de tecnología bélica; pero de pronto, vino un estancamiento que se prolongó hasta prácticamente el siglo XX.

De haber llegado a industrializarse (y estuvieron a un “tris” de ello), otra canción le hubiera cantado al mundo hasta afectar el rumbo de la historia. ¿Qué ocurrió? Difícil establecerlo. La gloria de la industrialización y del desarrollo tecnológico moderno le tocó, entonces, a Europa.

Se discuten mucho todavía los factores más importantes, tanto del subsiguiente estancamiento de China, como del expansivo progreso europeo en este campo. Para algunos, como Needham, tiene mucho que ver la cuestión cultural. Así, por ejemplo, la idea de unas relaciones armoniosas entre el hombre y la naturaleza –que es casi la regla en las sociedades tradicionales-- suele imponer límites, tabúes y miedos religiosos a la conducta exploratoria y crítica. En cambio, la idea mecanicista y cartesiana de la naturaleza, con  su idea inercial de la materia, en combinación con el pensamiento individualista y liberal de los filósofos empiristas, tuvo que abonar mejor el suelo intelectual para el impulso del conocimiento científico y el desarrollo de las tecnologías y los recursos de innovación.

Con todo, aunque estas cuestiones culturales son importantes, los estudiosos señalan que no bastan para estimular la generación del conocimiento. Pero es cierto que, a medida de que el Estado está en posibilidad de manipular políticamente tales elementos culturales, puede convertirse, o en el principal inhibidor, o en el principal estimulador de las innovaciones en una sociedad.

Hay constancia histórica de que en el caso de China, las dinastías Ming y Qing dejaron de impulsar el conocimiento y las tecnologías a partir del año 1400, según explica Castell. El celo de la clase burocrática, bien afincada en los cotos de poder del Estado, puso freno a un proceso que, sin lugar a dudas, los hubiera conducido, primero a una fase industrial, y luego al liderazgo mundial en el plano del conocimiento y sus aplicaciones.

Ese celo nocivo existe en México y en Nayarit: la clase política y burocrática engendrada por el Estado mexicano, suele desconfiar y ver con malos ojos a los universitarios y a los investigadores científicos. El hecho de que la inversión estatal en ciencia y educación refleje indicadores ridículos, muestra el carácter de las decisiones tomadas en este campo por los políticos.

Hasta el momento nuestro Estado Mexicano no sólo ha invertido poco, sino que además ha dado en instrumentar programas burocratizados que generan siempre los resultados casi opuestos a los esperados, pues genera más farsantes caza-becas que auténticos científicos. Afortunadamente, la existencia de universidades como la UNAM o el Politécnico, han servido para salvar un poco la dignidad en este terreno, aunque a costa de llevarse la mayor parte del subsidio federal. Las universidades tienen, así, la misión histórica de desarrollar una cultura científica, porque esta, en combinación con los programas estatales y las inversiones privadas, pueden nutrir los impulsos de generación de conocimiento y las innovaciones tecnológicas.

Aquí en Nayarit, el sexenio anterior —el de Ney González— esbozó un programa interesante para promover la ciencia, la tecnología y, en general, las innovaciones. La estrategia no fue la adecuada, pero la idea original puede rescatarse. En cambio, el sexenio de Roberto Sandoval comienza con signos desalentadores en este terreno, aparte de que la descomposición interna de nuestra universidad (la UAN) sofoca todo optimismo: muy pronto no habrá ni para pagar las becas a los pocos investigadores que tenemos.

(El autor, Salvador Mancillas, es escritor y catedrático de la UAN)

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