Conspiración contra la democracia... Carta a mis hijos, que son del #YoSoy132

- Jul 17, 2012

>Escribo esto como una carta dirigida a mis hijos y a mis nietos. Estos últimos seis años han sido una tragicomedia política. Una realidad de absurdos y ridiculeces disfrazados de seriedad. Nuestra historia se ha convertido, así, en un comic de argumentos entreverados, llenos de contrasentidos y malentendidos, como una película de Viruta y Capulina, cuyas simplezas tipo Chespirito nos persuaden de la levedad o falta de sentido de todo lo que hacemos, incluyendo las acciones de la vida pública.

Resulta tragicómico haber visto a un López Obrador dándole vueltas tres o cuatro veces al país, durante más de un lustro, deteniéndose en cada pueblo, en cada plaza, en cada tumulto de chozas, en un estilo de comunicación “cara a cara”, en franca promoción de su figura y su discurso. Un método bastante extraño, si se toma en cuenta que nuestra época se caracteriza por sociedades de masas desbordadas. Asusta la minuciosidad obsesiva, su trabajo de hormiga obrero-política, como si su desesperado objetivo fuera estar frente a cada mexicano, único e irrepetible, para convencerlo de tener razón. ¿Esto no es sed de poder? ¿Tener razón frente-a-todos, no responde a una libido dominandi, a una voluntad de dominio que parece estar en el corazón de todos, a veces adormecida, a veces en sus manifestaciones más exuberantes —como se da no sólo en AMLO, sino también en Peña Nieto?

Por eso esta comedia también es trágica, porque el ridículo y el absurdo de las acciones se proyectan en un trasfondo de voluntad de poder, y porque en esta retícula fondo-voluntad-acción no sabemos, como sociedad, cuales son los límites entre lo legítimo, lo permisible, lo risible y lo peligroso para todos.

Mientras AMLO, durante seis años, cumple su tarea de “turista político”, congrega a los habitantes hasta de los municipios más lejanos y los pueblos más miserables, tratando de llegar al 2012 con una ventaja electorera cómoda, el grupo Atlacomulco, liderado por hombres poderosos llenos de rencor por haber sido expulsados vergonzosamente de Los Pinos en el año 2000, saben que no pueden optar por el estilo de su más odiado contrincante, el Peje. Ellos no tienen un discurso articulado o, más bien, no les “queda” ninguno, para tratar de convencer, conciencia- a-conciencia, a una sociedad harta de los políticos. Cualquier plataforma de ideas que los priístas armen, sencillamente nadie se las cree. Están peleados con la verosimilitud.

Sentido común: se les impuso el mejor recurso de elaborar un producto mediático, de telenovela, con el que trataron de proyectar en la mente de los mexicanos la figura mesiánica de un príncipe poderoso y “guapo” que había de aparecerse con la magia televisiva para sacar de la miseria y de la ignominia a un país despedazado, en el plano moral y material, por la guerra contra el narcotráfico. Se trató de inducir una epifanía peñanietista mediante el hierático poder de los medios de comunicación.

Mesianismo terrenal versus mesianismo místico. Modelo Atlacomulco versus Modelo Morena. Ninguno es mejor para la democracia. Más bien, ambos son conspirativos; atentan contra la auténtica libertad de elección, aún cuando Andrés Manuel ha intuido que algo anda mal en las bases de su discurso, —autocrítica que lo redime un cacho e imprime matices positivos a su compleja personalidad política (digna de estudio, por otra parte, no sólo político, sino también psiquiátrico).

En su desventaja discursiva, el modelo Atlacomulco intentó, en cambio, estos últimos seis años, adelantarse electoralmente por otros medios, —diferentes a los de conciencia-a-conciencia. Si el objetivo era que en cada urna hubiera más votos del PRI que de cualquier partido, se imponía, lógicamente, con actitud ladina, articular una serie de procedimientos efectivos para lograrlo. Se diseñó, entonces, toda una Miscelánea de Líneas Operativas, coordinadas por agentes bien pagados, que hicieron su labor en diferentes instancias para lograr el objetivo supremo de regresar al PRI a Los Pinos. Unos, con el auspicio de gobiernos priístas estatales y municipales, estudiaron la nómina burocrática para detectar a los empleados más vulnerables, a fin de obligarlos a votar mediante la amenaza de pérdida del empleo. El misterio de las boletas clonadas tenían este uso simple y anticipado. El fraude electoral se consumó mucho antes, incluso meses, antes del primero de julio, de manera que a las cartas marcadas sólo les faltaba depositarlas en las urnas. Otra línea operativa fue la de los becados, otra la de las casas de seguridad que sustituyeron votos y actas por documentos falsos, en tanto que muchas otras más tenían que ver con esa serie de servicios sociales que se prestan, por desgracia, a una vergonzosa relación de conveniencia política-clientelar: Las medicinas, las despensas, las tarjetas-Soriana, los materiales de construcción, etc., que representan necesidades manipulables por ese tipo de desesperación que implica toda inmediatez, urgencia o servicio ineludible.

Con astucia y operaciones sistemáticas, coordinadas por líderes regionales, locales y de barriada, la Miscelánea del Voto Contra-Conciencia, funcionó casi a la perfección. No todo es perfecto en este mundo platónico de apariencias.

Las encuestadoras, en complicidad, publicaban unas tendencias artificiales, que se convertían en meta para los agentes operativos de dicha miscelánea, compuesto por dirigentes de altos mandos, coordinadores intermedios y hasta de modestos vocingleros de barriada. Los resultados de esta promoción “atípica” del voto debían coincidir con los indicadores impuestos por las grandes empresas encuestadoras, basadas, a su vez, en el cálculo de las posibilidades del aparato de coacción-inducción electoral, montado previamente con precisión de relojería suiza.

En elecciones previas, el modelo falló, sobre todo en los estados donde se aliaron el PAN, el PRD y otros partidos contra el PRI. Nada es perfecto. Los priístas se dieron cuenta, en análisis frío, que ahí donde hay alianzas o votaciones que se acercan al setenta por ciento de los votantes, el Modelo Atlacomulco no funciona. Cuando no coincidieron encuestas y resultados, los analistas oficiales de la televisión dijeron estar extrañadas frente a una medición “que después de todo no es segura”, aunque se hayan violado algunas leyes estadísticas. Si en los procesos electorales de México estuviera en juego la ley de la gravedad, seguramente las cosas del planeta Tierra cayeran también hacia “arriba”, para perplejidad de Newton.

¿Por qué, después de todo, el modelo Atlacomulco no es perfecto? Porque existe un amplio sector de ciudadanos difícil de manipular, pero que no vota, o lo hace en condiciones políticas muy especiales, entre ellos, los jóvenes. El surgimiento del #YoSoy132 causó, por eso, terror a la dirigencia del PRI. Tecnicismos electorales aparte, vemos que se trata de un miedo peligroso porque puede convertirse en odio. En las redes sociales ya hay muestras de ello.

Pero ojo. También se ha dado el fenómeno inverso. Entre muchos jóvenes, cuya aversión contra el PRI y la figura de Enrique Peña Nieto empieza a mostrarse en sus formas más patológicas, se deja entrever la misma voluntad eliminatoria y de supresión muy poco razonada, —igual, precisamente, a la que se buscaba combatir  originalmente, en los inicios de surgimiento del movimiento juvenil. Es obvio que esto también conspira contra la democracia.

Es posible que, detrás del repudio contra Peña Nieto, se encuentre un rechazo legítimo al modelo Atlacomulco que representa; pero también es posible que se encuentre, en el inconsciente colectivo, un complejo mórbido y oscuro que alienta una necesidad imperiosa, pulsional, de ver caer al poderoso, como también ocurre en la vida cotidiana: queremos que la desgracia caiga sobre el fuerte, sobre el agasajado por la fortuna, sobre el más sabio, sobre el hombre o la mujer de éxito, sobre cualquiera al que asignemos un valor superior a nuestras debilidades e impotencias. El espectáculo del derrumbe, —o la sola posibilidad del derrumbe— de una gran figura personal etiquetada, de modo animal, como indeseable, suele inspirar un gozo malévolo, enfermizo, insidioso. ¿Esto no conspira, también, contra la democracia?

Invito a todos (a priístas y no priístas, a jóvenes y viejos), a pensar con claridad y a preguntarse con honestidad: ¿qué rechazamos cuando rechazamos algo o a alguien? Esta es una invitación a la autocrítica, pero también a la crítica de buena fe, liberadora, inteligente, hermanable. Si no funciona esto, lo vigente siempre será la lucha de clases.

Claro está: El reto de los jóvenes es mantener o, inclusive, aumentar ese vigor participativo que nos ha dado esperanzas de renovación para México a algunos viejos como nosotros; pero ese vigor necesita equilibrarse con una visión clara, serena, razonable y objetiva sobre la situación a la que hemos llegado como sociedad después del primero de julio. Hay que indignarse e inclusive odiar todo lo que conspire contra la democracia. Hay que luchar, en concreto, contra las prácticas del modelo Atlacomulco, que utilizó de manera “innovadora” y sistemática el PRI pero que, en realidad, son el producto de nuestro decadente sistema de partidos (pues el PRD y el PAN no han estado ausentes de este tipo de prácticas), y, en última instancia, hay que luchar para que en las próximas elecciones todos los votantes experimentemos la confianza en que nuestros candidatos han ganado o perdido en buena lid.

La vida pública es —y debe ser de aquí en adelante— de los jóvenes, porque ellos tienen la responsabilidad de cuidar a los viejos y de educar a los niños. Es la calidad vital de esta cadena de nuestra especie humana la que está en juego en el populoso, diverso, inusitado y complejo mundo del presente. Esta sociedad no debe ser de viejos aviesos, torcidos ya de la visión a causa de los intereses petrificados a lo largo de una existencia en una sociedad podrida; debe ser de jóvenes constructores, con carácter, pero con cerebros esclarecedores, dotados de una inteligencia cautelosa, inspirada y generosa en resplandores para iluminar el camino de nuestra especie humana en el intrincado enigma de este universo en que nos ha tocado vivir.

(El autor de este artículo, Salvador Mancillas, es escritor y catedrático de la UAN)

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