Universidad: ¿cambiar o no cambiar?

- Ago 20, 2012

>La demanda de educación superior aumenta cada año en un veinte por ciento en Nayarit, en tanto la universidad pública más importante, la UAN, ve menguado su presupuesto, también de modo progresivo.

No se le puede exigir en exceso a una institución, cuando sabemos que se encuentra postrada económicamente, cuya crisis ya lleva más de dos décadas. Por un lado le afectaron los recortes a la educación superior, promovidas por los presidentes neoliberales Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari. Por el otro, el aumento de la población estudiantil femenina, que multiplicó la cobertura entre finales de los ochenta y en el transcurso de los noventa, del siglo pasado. Estamos hablando, en números conservadores, de aproximadamente un cien por ciento de aumento de demanda, gracias a la incorporación masiva de las mujeres al estudio profesional.

Para hacer frente a esta exigencia repentina y desproporcionada de educación superior, la universidad se vio obligada a sostener a dos maestros con un solo salario. En este sentido, de haber sido los mejores pagados de México hasta la rectoría de Salvador Villaseñor, los profesores vieron desplomarse sus ingresos en los años consecutivos.

La crisis pareció tocar fondo durante la rectoría de Castellón, cuando el gobierno federal yunquista, a través de las autoridades de educación, recomendó, mejor, “cerrar la universidad”, lo que hizo reaccionar políticamente a la sociedad nayarita.

La situación de la UAN es muy delicada, en el aspecto financiero. La nómina aumenta cada año, por presión de la demanda de cobertura estudiantil, y hay necesidad de invertir, por eso mismo, en infraestructura. Por el otro, ante la falta crónica de recursos, los mini salarios están prácticamente congelados, aparte de estar gravados con nuevos descuentos, como el destinado a sostener el llamado Fondo de Pensiones y Jubilaciones, que es un vía crucis, tanto para la administración universitaria como para los trabajadores. Para la administración, porque nuestra universidad ya va para el medio siglo de existencia y, cada año, por tanto, debe jubilar a más trabajadores, a quienes hay que garantizar pensión y jubilación dinámica; y, para los trabajadores, porque el sostenimiento del fondo está agarrado con hilitos al salario, —cuyos descuentos quincenales son exorbitantes. Hoy se descuentan a los empleados de 1, 200 a casi 1, 900 pesos mensuales, para garantizar la viabilidad del fondo.

Como los compromisos de jubilación se acumulan, ante la falta de recursos suelen lesionarse derechos históricos. Se opta por discrecionalidad. Se negocia con el aspirante a jubilado, para pagarle, por partes, la pensión, o se le pone, en su defecto, ente el dilema de renunciar a otro derecho: “¿Qué prefieres? ¿La pensión, o que tu hijo o hija entre a trabajar a la universidad?”, se le plantea.

Se podrá no estar de acuerdo en que se hereden las plazas, pero es eso, un derecho, el cual las autoridades usan para negociar lo que no debe ser sujeto, de ningún modo a negociación, —como lo es, también, la prerrogativa de jubilarse en tiempo y forma. ¿Cómo salir de este círculo? ¿Cómo garantizar salarios dignos y seguridad para el futuro? ¿Basta con aumentar los subsidios?

La universidad necesita convertirse en un ente productivo, por lo menos para fortalecer los rubros esenciales. Esto es inaplazable, pues en cuanto más se prorrogue tal exigencia, más complicada seguirá siendo la situación de la UAN. Se dirá que, la universidad, posee lo principal para cumplir este cometido: el conocimiento. Pero esto es bastante dudoso, cuando los “profesores” que se contratan cada año, son para el pizarrón, no para generar conocimiento. Las reformas que han intentado vincular la docencia a la investigación han fracasado. Y muchas veces es determinante el amiguismo, el compadrazgo y el hecho de conocer a los dirigentes sindicales, para obtener una plaza de profesor en la universidad, antes que la auténtica preparación. Como la vida académica está supeditada a las jerarquías administrativas, se desprecia el talento de muchos trabajadores y se desaprovecha la calidad de algunos de nuestros auténticos sabios, que los hay, por fortuna, a pesar de las condiciones adversas.

Cambiar este estado de cosas estructural requiere una reforma política al interior de la UAN, cuyos lineamientos se acuerden de forma civilizada y atenta, siempre, al problema central a resolver: sacar a la universidad de esta crisis perpetua.

La fórmula es sencilla: hay que supeditar la administración a la academia; hay que fortalecer, por ende, los colegios académicos y, por último, sobre esa base, es fundamental acordar, una política universitaria diseñada científicamente para organizar la academia y la producción de conocimiento pertinente (con impacto social y económico). Sólo con una organización académica flexible, capaz de aprovechar eficazmente las nuevas tecnologías y el conocimiento efectivo, real, de los profesores, es posible aumentar, de modo razonable, la cobertura estudiantil, acompañada de calidad educativa. No hay de otra.

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