>La corrupción es un veneno con efecto doble. Por un lado, mata la confianza pública, con todas sus consecuencias que ello supone: vemos con temor al policía y al funcionario, a proveedores y trabajadores; convierte las ganancias mal habidas en costos sociales y reduce, en suma, la solidez republicana de nuestras instituciones.
México sigue siendo el país más corrupto de América Latina, según acaba de dar a conocer la firma Ernest & Young, con base en los resultados de su más reciente encuesta, aplicada a líderes de mil 758 consorcios de 48 países, entre ellos México. El 60 por ciento de los entrevistados aseguran que sus empresas registran pérdidas de millones de dólares en nuestro país, a causa de la corrupción y los sobornos que deben otorgar y que muchas veces obligan, a los propios empresarios, a violar la ley. Sobre todo en los procesos de licitación, las pérdidas constituyen el cinco por ciento de las ventas totales, ante la exigencia de “pagar entretenimiento” (francachelas, bares, prostitutas), de gastar en obsequios caros (relojes, autos, drogas incluso) y de desprenderse de grandes sumas de dinero en efectivo “para lograr arreglos y concretar negocios”.
El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Jiménez Candiani, insiste ya rato en que los legisladores se ocupen de tan importante cuestión, proponiendo la creación de un marco legal y la figura de un “Zar antidrogas”, pero los políticos lo ven prácticamente como el loquito del pueblo al que no hay que hacerle tanto caso. La propuesta es aceptable, sobre todo porque pretende que el responsable de dicha figura sea alguien de origen ciudadano, apartidista, autónomo y transexenal. No obstante, la propuesta está incompleta. Hace falta lo más esencial: los aspectos culturales y educativos.
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