Desde niño me enseñaron en la en la escuela primaria, que el 5 de Mayo, era una fecha para celebrarse por todo lo alto, pues ese día “las armas nacionales se cubrieron de gloria”.
Según mi instrucción primaria fue la fecha en que un débil y mal pertrechado ejército compuesto por campesinos derrotó a la más temible y poderosa fuerza castrense de su tiempo: El Ejército Francés.
Mi imaginación de niño, me llevaba a recrear la cruenta lucha de nuestros paisanos comandados por el general texano Ignacio Zaragoza, -sí nacido en Texas, hoy territorio estadounidense- con los galos, teniendo como marco los valles poblanos y los fuertes de Loreto y Guadalupe. Las ilustraciones de mis libros de texto me hacían pensar en lo heroica y cruenta de aquella gesta.
Posteriormente, ya algunos años después, al tocarme “bola negra” en el sorteo del Servicio Militar Nacional, no tuve más opción que acudir todos los sábados durante un año, a las 6 de la mañana a realizar mi servicio tal y como muchos jóvenes en vísperas de su incipiente mayoría de edad lo hacen.
Recuerdo a un capitán del ejército de apellido Castrejón, que nos trataba de manera por demás déspota emulando a los sargentos de las películas gringas, esos que se las dan de muy duros -confieso que para nosotros era más motivo de mofa que de miedo-, el caso es que ya para concluir nuestro servicio militar, nos dijo que se sujetaría a concurso quien diría el discurso oficial en la ceremonia del 5 de Mayo, a realizarse en la plaza de frente a Palacio de Gobierno, la cual de tantos nombres que ha tenido prefiero simplemente llamarla así.
El caso es que con ayuda de mi inolvidable profesor de secundaria y amigo el maestro Raúl Rolón Ávila, preparé un discurso y para ello me prestó una colección completa de editorial Clío, muy hermosa llena de imágenes y textos, era de la vida del general Porfirio Díaz, otro villano de la historia oficial y en mi opinión más héroe que muchos héroes que el oficialismo nos ha impuesto.
Así me enteré que en la batalla del 5 de Mayo en Puebla, jugó un papel fundamental el clima: ese día llovió y recordemos el tipo de armas que en la época existían, para percutirlas se necesitaba pólvora y pues la pólvora no prende si esta húmeda o mojada y esa fue la razón por la cual ese día el ejército francés al mando del Conde de Lorencez, no arrolló a nuestros compatriotas.
Que los europeos nunca contaron con lo aguerrido de los generales Ignacio Zaragoza, Porfirio y Félix Díaz, Manuel González entre otros.
Que los indios Zacapoaxtlas, lucharon con palos y machetes y que francamente sí hicieron correr a los franceses, quienes no tuvieron otra opción que retroceder hasta el puerto de Veracruz.
Que Porfirio Díaz pretendía seguirlos y exterminarlos, y que su superior Ignacio Zaragoza se lo impidió, en medio de las celebraciones y muestras de júbilo de los que conocieron o intervinieron en dicha batalla.
Esa es la historia oficial, la bella historia oficial, la cual al parecer ahí terminaba.
Nunca me dijeron mis maestros ni mis libros, que el mal clima se fue, que salió el sol y que los franceses días después no sólo tomaron Puebla, sino que entraron a la Ciudad de México y en Palacio Nacional ondeó la bandera francesa.
Que dominaron todo el territorio nacional, que Benito Juárez García -para mi punto de vista otro héroe sobrevaluado- se la pasó huyendo por todo el territorio del país.
Que los franceses impusieron un emperador, Maximiliano I, quien gobernó de 1864 a 1867, año en que fue pasado por las armas por órdenes del propio Juárez García, quien no cedió a las súplicas de los gobiernos extranjeros, a pesar de que en el corto tiempo que gobernara el austriaco, resultó más liberal que muchos liberales mexicanos, a pesar de encabezar un gobierno supuestamente conservador.
El caso es que me llama la atención, cómo desde entonces el mexicano celebra y celebra, aunque no haya que festejar, aunque los triunfos sean pírricos, aunque las victorias sean ficticias.
Veo que es centenaria nuestra tradición de hacer grandes a personajes pasajeros tales como deportistas o artistas, y nos adjudicamos triunfos que no nos corresponden o en los que nada tuvimos que ver; recordemos los partidos de la selección nacional de futbol o la pasada entrega de los premios Oscar.
Sin duda quienes tengan conocimientos de sociología o antropología, sabrán explicar este raro fenómeno, yo me declaro francamente incapaz para ello.
Somos el único país, que se olvida de los aumentos de los precios de los combustibles cada mes, siempre y cuando haya un buen partido de fútbol.
Somos el único país, que no le importa el discurso de un candidato siempre y cuando a su cierre de campaña lo aderece una banda grupera de renombre.
Somos el único país que no castiga a sus políticos corruptos, al contrario los premia, somos el único país que aunque un diputado no haya funcionado, lo hacemos presidente municipal y aunque en este puesto tampoco funcione lo hacemos gobernador.
¿De qué estaremos hechos los mexicanos?
Sumidos en la pobreza y la desesperanza pero abrazados de las mismas costumbres y prácticas dañinas como celebrar por celebrar.
Por cierto gané el concurso, yo fui el orador oficial aquel 5 de Mayo de 1995...
El autor de este artículo, es abogado nayarita, especialista en derecho penal y de amparo
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